martes, 13 de diciembre de 2011

El conocimiento, lo conocido y lo desconocido

Solo puede llegar a formar parte de "nuestro conocimiento" aquello que logramos RELACIONAR a través de "nuestra propia percepción" con los "primeros tres hechos evidentes" que constituyen "nuestra propia realidad": "(1) nuestra propia existencia individual", (2) la existencia de un "mundo externo" a nosotros y (3) la existencia de "ciertas reacciones" que se generan en "nuestro interior" cuando entramos en "contacto" con dicho mundo. De tal forma que estos "tres hechos" y todo lo que logremos RELACIONAR con ellos es agrupado por nosotros bajo el nombre de "lo conocido".


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La cosa más difícil es saber lo que sabemos y lo que no sabemos. Por tanto, si deseamos saber algo, debemos primero de todo establecer qué aceptamos como información objetiva, indiscutiblemente real, y qué consideramos que exi­ge definición y prueba, o sea, debemos determinar qué sabemos ya, y qué deseamos saber.

En relación con nuestra cognición del mundo y de nosotros mis­mos, las condiciones serían ideales si fuera posible no aceptar nada como objetivo y considerar que todo exige definición y prueba.

En otras palabras, seria mejor suponer que no sabemos nada, y tomar esto como nuestro punto de partida.

Por desgracia, sin embargo, es imposible crear tales condi­ciones. Algo ha de tenerse como base, algo debe aceptarse como conocido; de lo contrario, estaremos constantemente obligados a definir una incógnita por medio de otra.


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Nuestra relación con el mundo objetivo (nuestra propia existencia individual" y la existencia de un "mundo externo" a nosotros) es definida muy clara­mente por el hecho de que lo percibimos como existiendo en el tiempo y en el espacio y no podemos percibirlo o representárnoslo aparte de estas condiciones. Habitualmente, decimos que el mundo objetivo consiste en cosas y fenómenos, o sea, en cosas y cambios en el estado de las cosas. Un fenómeno existe para nosotros en el tiempo, una cosa existe en el espacio.

Por medio del razonamiento podemos establecer que, en rea­lidad sólo conocemos nuestras sensaciones, representaciones y conceptos, y que percibimos el mundo objetivo proyectando fuera de nosotros las presumidas causas de nuestras sensaciones.

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